13 mar 2010

Paraguas [Oneshot]


Título: Paraguas
Autor: Pao-chan
Pareja: InooDai
Género: Shonen-ai

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Hoy era un día lluvioso, saldría con mis compañeros de la universidad a pasar un rato en cualquier lugar. No tenía tantas ganas, pero la lluvia me bajaba el ánimo, así que había decidido ir para refrescar un poco mis pensamientos.
Busqué y busqué mis zapatos pero no los encontraba, salí de la habitación y ahí estaban, en la puerta. Tomé mi paraguas y salí de la casa al restaurant donde nos veríamos.
Llegué. Resulta ser que ninguno de mis compañeros habían podido ir, uno se había enfermado, otro tenía cosas importantes que hacer, y el otro debía salir de la ciudad con urgencia. Sólo había pedido un café, estaba sentado a un lado de la ventana, veía la lluvia caer y a las personas correr. Terminé mi café, pagué y salí de ahí.
Unas cuadras más adelante miré mis zapatos, estaba tan sumido en mis pensamientos que había olvidado el paraguas. Siempre he cuidado de mis zapatos, si los pierdo los busco con desesperación hasta encontrarlos, no sé porqué, pero me hacen recordar todos los caminos por los que he andado. Me gustaría tener la misma relación con los paraguas, siempre los pierdo, cuando empieza la temporada de lluvias tengo que comprarme uno, pero siempre los vuelvo a perder y nunca hago nada por recuperarlo. Quizá se deba a que son demasiado comunes y no producen nada en mí. Pero esta vez me llamó la atención oírme decir: “Tengo que volver al restaurante, olvidé mi paraguas.”
Había vuelto a aquél lugar del que había estado ausente por más de 10 años, la modificación de las calles, los nuevos edificios, las casas demolidas, se encargaron de cobrarme mi abandono, haciéndome sentir extraña en el sitio al que me ligaron recuerdos familiares y, sobre todo, la memoria de Daiki. Me hice la pregunta inevitable: ¿Qué habrá sido de él? Tal vez había realizado el proyecto que compartimos de jóvenes como espacio de un destino común: crecer juntos, vivir juntos y ser siempre felices. Sentí algo parecido a los celos cuando me asaltó la idea de que quizá estaría realizando nuestro sueño con alguna otra persona. Supuse que en este año dejaría de ser un niño de preparatoria y tendría por fin libertad.
¿Cómo no recordar aquél día? Éramos sólo unos niños, él tenía 11 y yo 12, jugábamos en el patio de su casa, éramos vecinos de toda la vida. Nos cansamos de jugar y nos recostamos en el césped. Volteé a verlo, él tenía los ojos cerrados, sonreí. Siempre me sentía feliz estar con él, éramos mejores amigos, pero desde que me había llegado la pubertad había comenzado a sentir cosas extrañas hacia él. Volví a mirar al cielo con ese azul intenso, las nubes estáticas y blancas, me traía tanta paz…
-Inoo-chan…
-¿Si, Dai-chan?
-¿Cuándo seamos grandes viviremos juntos? Quisiera estar siempre contigo, me divierto mucho contigo.
-Claro…

De nuevo volteé a verlo, me miraba con esos ojos brillantes que había comenzado a ser los más hermosos para mí. Las imágenes de los besos en las películas comenzaron a pasar por mi cabeza, todos eran con hombre y mujer, tenía más que claro que ambos éramos hombres, pero sentía ganas de hacer lo mismo con él, ¿un niño que va a saber distinguir del bien del mal cuando a esa edad se vive en un mundo puro?
-Dai-chan… te quiero
Fue como si una fuerza se apoderara de mí, haciendo que me posicionara arriba de él, lo miré a los ojos, y sin decir nada más, uní mis labios con los suyos. Se sentía realmente bien, ahora comprendía porque las personas lo hacían. Daiki me acariciaba las mejillas; quería quedarme así para siempre, pero otra fuerza me separó de él aventándome, caí al suelo, era su mamá. Levantó a Daiki del suelo, me miraba con ojos amenazadores.
-Kei, siempre fuiste bienvenido a nuestra casa, pero no quiero que influyas de esa manera a mi hijo, ¡vete de la casa!, ¡no vuelvas más! Olvídate de Daiki, nunca más le permitiré que se junte contigo, ¿qué esperas? ¡VETE!
-Inoo-chan…
-Daiki
-¡QUE TE VAYAS! Y tú Daiki, olvídate de él también… sube a tu habitación, estas castigado.
Salí de la casa y corrí hacia la mía, la madre de Daiki me siguió y le habló a mi mamá; habló con ella de lo sucedido, escuchaba sus gritos desde mi habitación, ninguna, al parecer, quería que nos viéramos más. Dejaron de gritar, se había ido. Mamá subió a mi habitación.
-Tu papá sigue en Saitama, nos iremos con él. ¿En qué pensabas cuando besaste a Daiki? Si tu padre se entera… tienes suerte de que no le diré nada, nos iremos en un mes… no saldrás de aquí más que para ir a la escuela, ¿entiendes?
-Pero…
-¡PERO NADA!

Pasaron semanas para que volviera a hablar con Daiki. Me contó que viajarían a Chiba con su abuela y se quedarían a vivir allá.
La última vez que lo vi fue el día que nos mudamos a Saitama, miré desde el taxi a su ventana, y ahí estaba él, diciéndome adiós.
Sin embargo, pasaron diez años para que yo regresara. Muchas veces tuve la intención de escribirle y explicarle lo que me estaba sucediendo; pero la debilidad de mis argumentos me orilló a destruir las cartas, además, no estaba seguro de la dirección de su abuela.
Al final suspendí ese diálogo silencioso. Llegué al restaurante. A treinta minutos de mi primera visita, me pareció diferente, mucho más animado y agradable. Me sobresalté escuchar una voz.
- Uy, ¿regresó tan pronto? ¡Qué bueno, qué bueno! Eso quiere decir que le gustó el lugar. ¿Qué le servimos?
Me tranquilicé en cuanto reconocí al mesero que me había atendido apenas una hora antes.
-Nada, gracias. Lo que pasa es que olvidé mi paraguas, ¿me permite entrar a buscarlo?Él mismo me condujo hasta el saloncito interior. Mientras nos abríamos paso entre las mesas demasiado juntas teorizó acerca de los paraguas.
-Yo no sé qué tienen, todo el mundo los pierde. Y si no me cree, pregúntele a cualquiera de las personas que están aquí.
En ningún momento se volvió a verme. No esperaba respuesta alguna.
En cuanto llegamos a la mesa vi que la ocupaban nuevos comensales a los que el mesero interrogó.
-El joven dejó aquí un paraguas amarillo. ¿No lo vieron?
Los comensales indicaron un no con la cabeza.-Entonces vaya con la cajera. Es posible que se lo hayan entregado... aunque en estos tiempos nunca se sabe. La gente ha cambiado mucho, lo mismo que el mundo.
Terminada la frase, el filósofo desapareció.

Caminé hacia la cajera y pregunté por mi paraguas. Sin mirarme siguió contando los billetes.
-Estoy haciendo el corte. Si me espera un momentito por favor....
Celebré su ocupación porque me justificaba para permanecer en un sitio que se me volvía más fascinante a cada minuto.
Sin que nadie me viera, podría mirarlo todo, desde los adornos hasta las parejitas que reflejaban su amor en el espejo grande que estaba al final del local. Allí encontré el rostro de Daiki. Tuve que taparme la boca para no gritar su nombre. Me concreté a observarlo: era él. Diez años lo habían cambiado muy poco, pero seguía teniendo esos ojos y esa sonrisa que nunca se habían ido de mi mente. Acabé de reconocerlo cuando lo vi adelantar los hombros hacia la persona que lo fascinaba con su conversación y a la cual no logré ver.
-Su paraguas.
Me dijo abruptamente una mesera que, sorprendida por mi quietud, tuvo que ponerme el objeto en las manos. Le sonreí, pero ella siguió viéndome con cierta molestia. Mi permanencia junto a la caja le despertaba desconfianza. No me quedó otro remedio que dar media vuelta y salir del restaurante.
Caminé de prisa, huyendo de algo que, aunque quisiera, no iba a dejar atrás: mis sentimientos. Los había descubierto en el espejo donde encontré reflejado el rostro de Daiki. Entonces me di cuenta de que era la única persona de la que siempre estuve enamorada. ¿Tenía derecho a decírselo? ¿Tenía derecho a buscarlo y a tomarlo con la misma naturalidad con que recuperé mi paraguas?
La tentación de volver al restaurante crecía y crecía conforme iba alejándome. No lo pensé más y regresé. Me impulsaban muchas emociones. La más fuerte, la más profunda era la esperanza, la esperanza de que me recuerde y poder cumplir nuestros sueños.
Cuando entré en el restaurante escuché la voz burlona del mesero.
-Y ahora, ¿qué se le olvidó?
Me limité a reír y seguí de largo. Me sorprendió ver a personas desconocidas ocupando las mesas, a otras parejas de enamorados reflejándose en el espejo.

Ignoro cómo salí del lugar. Caminé despacio, aún con la esperanza de toparme con Daiki en la calle. No lo hallé. Tomé mi paraguas. Lo abrí. Su color amarillo me protegió contra la noche lluviosa, intensamente oscura, como mi corazón dolido por su de nueva ausencia.


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3 comentarios:

maricheLo dijo...

awwww que bello..
pobre Inoo u.u
hay neta que sangrona
la mama de daiki
hahahah vieja payasa
ijole no los dejaa ser
felices
pobreciithos

waaaaa thu foto la amo <3

adioss
haha sigue aasiii


xD

Unknown dijo...

yo... hahahaha la mamá de Daiki XD la respeto, pero aui, JIJOLES DE LA TISNADA (?) X'D no se de donde me salio eso -w-! Gracias Marich por leer :'3 pqueña niña que llora XD

dani-chan dijo...

vaya vaya pobre
inoo-chan