6 sept 2010

It's worth it [Oneshot]

Título: It's worth it
Autor: Mari-chan (kaitovsheiji)

Pareja: InooDai
Género:  Friendship
Advertencia: Chibi-InooDai

Sumario: Kei nunca ha sido como los otros niños de su edad y nunca ha conseguido relacionarse bien con ellos. Está ya demasiado acostumbrado a estar solo, a sentirse solo. ¿Qué pasará cuando conozca a alguien que tampoco ha sido nunca como los demás?

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"No eres como los otros niños de tu edad”

Esa frase se repetía cada vez que Kei le pedía permiso a su madre para salir a jugar con sus compañeros de clase, también eran frecuentes otras parecidas a:
“Tienes más responsabilidades de las que ellos jamás llegarán a tener”
“Eres un genio, hijo, y deberías estar orgulloso de ello”
Pero, ¿cómo podía estar orgulloso cuando nadie quería hablar con él? ¿Cómo podía estarlo cuando casi todos sus compañeros de clase parecían odiarlo a causa de su habilidad?
Lo único que hacía a parte de los deberes y de ir al colegio, donde, por cierto, nadie quería hablar con él, era tomar esas horribles clases de piano que tanto odiaba.
Su padre había estado a punto de convertirse en el mejor pianista del mundo, sin exageraciones, realmente era muy bueno, pero cuando tenía veinte años se fracturó algunos dedos de la mano en una pelea, aunque más bien fue una paliza que recibió, y nunca pudo volver a tocar con la misma fluidez que antes.
Cuando había visto que su hijo era capaz de reproducir igual o mejor que él cuando se acabó su carrera de pianista una canción improvisada cuando el pequeño tenía cinco años, había decidido cumplir su sueño a través de él.
Desde entonces Kei se veía recluso en casa después de las clases, en un colegio más que exclusivo para niños ricos, obligado a tocar las mismas canciones una y otra vez aunque lo hiciera perfecto casi siempre a la primera.
Lo peor de tener a su propio padre como profesor, era que le exigía muchísimo más que a cualquier de sus otros alumnos. “Es porque eres mucho mejor que ellos, hijo” le decía, pero el niño ya no estaba tan seguro de ello y hasta había llegado a equivocarse a propósito en más de una ocasión intentando que su padre redujera la presión que ejercía sobre él al exigirle más y más cada vez. Ninguna de las veces había funcionado.
Los recitales eran lo peor. Tener que tocar delante de personas desconocidas junto a músicos que eran al menos diez años mayores que él no era lo que se dice agradable. Tampoco lo eran las miradas que recibía de dichos músicos.
“Dime mamá, ¿cómo se supone que debería estar contento si no tengo nadie con quien compartir mi felicidad?” eran las palabras que quería decirle a su madre cada vez que ella se negaba a dejarle salir.
Desde su punto de vista, sus padres tenían toda la culpa de que hubiera perdido a su mejor amigo, Hikaru. Habían sido amigos desde la guardería pero cuando sus padres dejaron de permitirle jugar y le hicieron concentrarse en sus estudios de piano el otro gradualmente se había cansado de recibir negaciones cuando le pedía para irse a jugar juntos y lentamente había dejado de pedírselo. Desde hacía un par de años Kei le veía andando con alguien con quien él nunca había hablado, Takaki de su clase, si no recordaba mal.
Dentro de poco iba a cumplir nueve años y seguía sin poder hacer amigos. Que se saltara algunas clases (EF, los experimentos en química y biología…) porque su padre temía que pudieran dañarle las manos durante ellas tampoco le ayudaba a parecer más normal delante de sus compañeros.
A veces había llegado a pensar que hubiera sido mejor no nacer, pero un día conoció a alguien que le hizo cambiar de opinión.

-Chicos, hoy tenemos a un compañero nuevo –anunció su profesor desde la tarima, tan pronto empezó la clase de tutoría de primera hora-. Ha estado fuera del colegio durante bastante tiempo, por lo que va a necesitar vuestra ayuda para ponerse al día.

Dicho esto, el profesor salió de clase para invitar a entrar al niño nuevo. Los diez chicos que formaban la clase empezaron a hablar al mismo tiempo, la llegada de alguien nuevo siempre despertaba curiosidad. Unos pocos segundos después el profesor volvió a entrar en la clase, seguido del nuevo alumno.
Kei le miró, curioso. Parecía bastante menor que ellos, sus brazos y piernas eran muy delgados y bastante más cortos que los de los demás niños de su edad, parecía tener problemas para aguantar hasta su propia mochila. Pero, en contraste, tenía unos ojos que expresaban amabilidad y una sonrisa dulce que no abandonó sus labios ni un momento mientras se presentaba.
-Me llamo Arioka Daiki –dijo el pequeño, parado en frente de toda la clase. Su voz era suave y combinaba a la perfección con su sonrisa-. Yoroshiku onegai shimasu (Espero que cuidéis de mí)
Aunque lo primero que le vino a la mente cuando le vio fue que sería genial ser su amigo, Kei intentó eliminar esa idea de su cabeza. Estaba seguro de que el pequeño elegiría el lado divertido de la clase, los chicos que tenía permitido pasar el almuerzo fuera de clase y recibir las clases más divertidas, nunca a alguien como él que vivía rodeado de prohibiciones.

-Inoo-kun… -le sorprendió una voz a la hora de química.

Kei estaba en clase, solo, porque los otros estaban en el laboratorio.
Se giró para ver quien estaba hablando con él y su sorpresa fue mayúscula cuando encontró a su nuevo compañero de clase detrás de él.
No recordaba haberse presentado, ¿cómo podía el otro saber su nombre?
-El profesor te ha hecho salir a la pizarra en clase de mates –respondió el pequeño a su pregunta nunca formulada, ofreciéndole su tierna sonrisa.
Kei se sorprendió con la respuesta, primero: él no había dicho nada, ¿cómo podía el chico responder a su pregunta? y segundo: casi todos habían salido a resolver problemas, ¿recordaría Arioka los nombres de todos?
-Inoo-kun… -volvió a empezar el pequeño-. ¿Tú tampoco haces clase de química?
-¿Tampoco?
-Yo no puedo ir al laboratorio –murmuró el otro.
Kei le miró antes de responder:
-¿Por qué?
-Papá dice que es demasiado peligroso para mi salud –contestó Daiki-. ¿Puedo sentarme a tu lado?
-¿Eh? Ah… claro.
-¿Te molesta que te pida los apuntes? –preguntó el pequeño-. Realmente me ayudaría tenerlos.
-No, espera un momento –Después de buscarlos, Kei se los dio, murmurando un-: Toma…
El otro sonrió y le dio las gracias. Después le preguntó por qué no hacía las prácticas del laboratorio. Kei se lo explicó y Daiki, a cambio, le contó su motivo y por qué había estado ausente del colegio durante casi un curso entero.
El pequeño había estado ingresado en el hospital durante medio año y después había permanecido en casa, en una sala esterilizada para no volver a enfermar. Después de un par de meses más, por fin había convencido a sus padres para que le dejaran volver al colegio. Tuvo que bajar de curso, por las clases que se había perdido (aunque fuera un año menor que Kei iba dos cursos adelantado a los otros chicos de su edad) y pese a haber vuelto, había clases que antes tomaba y a las que ahora no podía asistir, sus pulmones y corazón se habían debilitado a causa de su enfermedad y corría peligro si hacía clases como educación física o las prácticas de laboratorio.
Aunque sabía que no estaba bien alegrarse por eso, en el fondo Kei estaba contento de que Daiki no pudiera asistir a las mismas clases que él tenía prohibido tomar. Eso significaba no volver a estar solo.
A partir de ese día, los dos niños pasaron sus horas libres juntos. Dai-chan tampoco podía salir a la hora de comer, por lo que compartían todo el tiempo que pasaban en el colegio.

Se acercaba un concierto importante y Kei tenía que practicar más que nunca antes, aunque no le costara tocar el piano, tenía que asegurarse de no equivocarse durante la actuación, decía su padre.

El hombre había intentado que su hijo pasara en casa todo el día, practicando las piezas que iba a tocar, saltándose las clases, pero Kei se había negado y le había dicho que si le obligaba a quedarse en casa no iba a tocar en el escenario.
Acabaron negociando que el niño asistiría al colegio pero iba a aprovechar sus horas libres, las horas en las que debería hacer clases que no tenía permitidas, para practicar en el aula de música del colegio.
-Dai-chan… -dijo el mayor cuando acabó la primera clase-. No puedo quedarme aquí durante las horas libres…
No le gustaba tener que dejar a su amigo solo, no después de que el pequeño hubiera tenido un ataque de asma (a causa de sus pulmones debilitados) dos días antes, pero era mejor dejarle un par de horas solo que tener que quedarse en casa y no verle. Después de casi cuatro años sin nadie con quien relacionarse le sabía mal dejar a Daiki sabiendo que podría volver a pasar lo que ocurrió dos días antes en el cambio de clase.
-¿Eh? ¿Por qué? -preguntó el menor.
-Tengo que ensayar… -respondió Kei, mostrándole la carpeta donde llevaba las partituras-. Lo siento…
-¿Puedo acompañarte?
-¿Eh?
-Sabía que tocabas el piano pero nunca te he oído, ¿puedo?
Kei no sabía qué responder, por una parte eso le permitía pasar más tiempo junto a su mejor y único amigo pero por otra le daba un poco de vergüenza tocar delante de alguien que conocía y a quien tenía aprecio, más teniendo en cuenta que ninguna de las piezas que tocaba le gustaban, ni siquiera una que había compuesto su padre poco antes de ver terminada su carrera, y, si no le gustaban a él, ¿cómo podían gustarle a otras personas?
-N… -intentó negarse sin sonar muy desagradable, pero Dai-chan no le dejó terminar.
-¿Por favor? -el tono suplicante combinado con los ojitos de cachorrito dejaron al mayor sin palabras.
Cuando Kei asintió con la cabeza, los labios de Daiki se transformaron en una sonrisa y el menor saltó encima de su amigo y le abrazó, a la vez que decía:
-Estoy muy contento, ¡Kei-chan va a dejarme escucharle tocar el piano!
La cara del más alto enrojeció y, con su mejor amigo pegado en sus talones, se dirigió al aula de música.
Una vez allí se sentó delante del piano y, viendo al pequeño tomar asiento en una de las sillas delate suyo, empezó a acariciar las teclas, a punto para tocar.
Dai-chan esperaba, paciente.
Por primera vez, Kei quería que alguien disfrutara con su piano, quería que Daiki sintiera lo que él había sentido cuando era pequeño y su padre le tocaba hasta que se dormía, darle las gracias por estar allí para él cuando se había sentido perdido.
Intentó poner el corazón en sus manos y transmitir todo eso con la melodía que emergía del instrumento.
Se concentró tanto en no fallar en ningún punto que olvidó todo a su alrededor, disfrutó tocando como nunca antes desde que su padre había empezado a darle clases de piano.
Se sorprendió cuando, después de que la última nota se desvaneciera en el aire, levantó la vista y encontró a un Dai-chan con lágrimas en los ojos.
-Da… ¿Dai-chan? -se levantó preocupado y se sentó al lado de su amigo-. ¿Estás bien? ¿Te duele algo? -el pequeño negó con la cabeza y le abrazó-. Daiki…
Ninguno de los dos dijo nada durante un rato, el menor abrazando a su mejor amigo tan fuerte como sus pequeños brazos le permitían y Kei intentando que el otro dejara de llorar.
-Lo-lo que acabas de to-tocar -rompió el silencio Dai-chan, entre sollozos-, es… es perfecto.
Kei bajó la mirada para ver a su mejor amigo sonriéndole, aún con lágrimas resbalando por sus mejillas.
-Dai…
Él también sonrió y asintió cuando el pequeño le pidió que volviera a tocar.

A partir de ese día, las clases que su padre le impartía no le parecían tan pesadas y hasta el hombre llegó a preguntarle a qué se debía su cambio de actitud. Cuando no recibió respuesta pensó que por fin su hijo había entendido qué suponía tocar el piano, por qué valía la pena. Pasar solo la mayor parte del tiempo paró de importarle y las miradas que le dedicaban los demás músicos en los conciertos dejaron de incomodarle, porque sabía que, cuando saliera al escenario, Dai-chan estaría en la primera fila, sonriéndole.


Porque tocar para alguien, aunque fuera sólo una persona, valía la pena.

4 comentarios:

❤ Akire Yamada❤ dijo...

T-T que lindo :3 esta hermoso el fic y mas porque es todo tierno <3

Anónimo dijo...

quiero un Chibi Dai para mi... ;_;

dani-chan dijo...

waaaa q lindos

Anónimo dijo...

AAAAAAAAAAYYYYY!!! QUE TIERNOOOOO!!!*-*
Me conmovió mucho!!